jueves, 23 de junio de 2011

Nota de Pagina 12 "Yo sé que golpeé a mi mujer"

Fuente Pagina 12 24/06/11

Yo sé que golpeé a mi mujer”

La autora narra la experiencia en uno de los centros terapéuticos que, en Francia, trabajan con hombres condenados penalmente por violencia conyugal: intervienen sobre “los procesos psicológicos que engendran la violencia, para evitar recidivas y repeticiones de generación en generación. La terapia a los responsables de violencia conyugal se considera indispensable para proteger a las víctimas”.


Por Andrea Pellegrini *

El número de mujeres muertas como consecuencia de la violencia de género en manos de su compañero o ex compañero sigue siendo muy elevado. Las cifras son escalofriantes. En Francia, cada tres días una mujer muere golpeada por su cónyuge en su propia casa. Las víctimas mortales muestran únicamente la punta del iceberg de la violencia y discriminación que sufren. Sólo el 9 por ciento de ellas se atreve a franquear la esfera privada y a denunciar la situación. El problema de la agresión de géneros no puede entenderse solamente como un problema personal. El comportamiento del hombre violento puede inscribirse en un tipo de personalidad determinada, pero esto no basta para explicarlo. La violencia se entiende en un contexto sociocultural, en un proceso de construcción social de los géneros y en particular de la construcción de la identidad masculina. De esto, ellos, los protagonistas de la violencia conyugal, hablan mejor que nadie. En Francia existen siete centros que atienden a estos hombres. Estas asociaciones les proponen un espacio de palabra donde se pueda decir algo sobre la violencia, y desde hace unos años estas mediaciones son un complemento indispensable para la protección de las víctimas. No bastan los límites impuestos por la ley: una intervención terapéutica es indispensable si se pretende rever los procesos psicológicos que engendran la violencia y así evitar las recidivas y repeticiones de generación en generación.

Durante un año concurro, en calidad de observadora, al proyecto piloto de una asociación afiliada a la Fnacav (Federación Nacional de Asociaciones y Centros para Autores de Violencia Conyugales y Familiares), que trabaja en estrecha colaboración con el Servicio Penitenciario de Inserción. Los hombres allí reunidos lo están por obligación, por una decisión de la Justicia. Algunos, para asistir, salen de la cárcel donde están detenidos; otros están bajo libertad condicional; otros, presos domiciliarios, llevan pulsera electrónica. Todos están condenados por violencia conyugal en todas sus formas: física, verbal y sexual. El grupo es representativo de la realidad. El infierno conyugal existe en todos los medios sociales y culturales. Están reunidos bajo la misma consigna un jardinero, un investigador, un albañil, un funcionario de Tribunales, un barman, un comerciante, un electricista. De la banalización a la toma de conciencia, del enojo a la aceptación, de lo factual a lo íntimo, el camino es largo y sinuoso.

Todos empiezan por defenderse, por hablar de la violencia desencadenada por el otro: la mujer. La versión más común es la del accidente. Son incapaces de reconocerse como hombres violentos y tratan de justificar sus conductas como respuestas a un contexto particular. El pasaje al acto se cuenta como un desborde en una situación excepcional. Mohamed es un hombre de treinta años con aspecto de gordo bonachón, de esos que tienen aspecto de no matar a una mosca. Está condenado a diez meses de cárcel porque su mujer lo denunció, luego de un altercado: “Ella insultó a mi madre y yo le di una patada en la pierna y me fui, me fui a dar una vuelta porque me sacó... Los vecinos la llevaron al hospital y con un certificado del médico le hicieron firmar la denuncia... Yo no sabía nada de todo esto, salí a tomar aire... Es cualquier cosa... ¡Soy un tipo calmo!”.

Remi, funcionario, veinte años, banaliza y evoca lo pasado como un percance. Al escucharlo, parece estar hablando de un accidente en la ruta: “En el medio de la discusión se me cruzó y me topé con ella, la choqué, chocamos, pero fue excepcional... La decisión de la Justicia es exagerada. ¡Ni siquiera tenía un moretón!”.

Los demás asienten con la cabeza. Es la primera impresión compartida: la de injusticia. Todos coinciden en que las medidas legales son desmedidas, todos afirman haberse sentido desbordados en el medio de una pelea, pero minimizan los hechos, los golpes, las marcas sobre el cuerpo: “Fue sólo una pelea”; “La empujé y se cayó mal”; “Ella se hace moretones fácilmente”; “Le di un par de bofetadas, es todo, ¡ya es historia!”. Los golpes son para ellos insignificantes. Lo que los afecta efectivamente es la decisión judicial, porque a partir de ahí la violencia se hace palpable y la visibilidad de sus actos los empieza a incomodar. La sentencia es en un primer momento más traumática que lo sucedido en la esfera íntima.

“Lo que más me aterrorizó fue ir al tribunal. Me vinieron a buscar a casa a las diez de la mañana”, dice Alex, un chico de veinticuatro años que trabaja en unos de los bares más top de la ciudad. “Lo más duro de toda esta historia es tener que llevar una pulsera eléctrica, saber que la tenés todo el tiempo para dormir, para bañarte...”

La medida de la Justicia marca el principio de una toma de conciencia de la gravedad de los hechos cometidos; por eso, una de las prioridades del gobierno francés y de la Federación es articular la ley con la toma de conciencia. Este es un momento crucial en la vida de estos hombres: la articulación entre lo público y lo íntimo, entre lo social y lo personal. Hablar es para ellos difícil, pero lograr que se expresen es una manera de empezar a proteger a las mujeres. La mayoría son hombres de “acción” y tienen una real dificultad de elaboración y simbolización.

Representaciones mentales insuficientes hacen que durante muchas sesiones su discurso se organice en torno de la realidad concreta y lo más trivial: hablan de sus oficios, de lo cotidiano, de mecánica, con lujo de detalles. La resistencia a abordar el mundo interno e íntimo es un denominador común. Aquel día Alex, bajo libertad condicional, estaba angustiado porque su nueva compañera se instalaba en su casa y no estaba al tanto del infierno vivido con su pareja anterior, pero habló casi toda la sesión de los problemas que le daba la instalación eléctrica que estaba colocando en una casa. Diez minutos antes de terminar la sesión, Anthony dice: “¿Pero de qué diablos estamos hablando?! ¡Estamos siempre meando fuera del tarro!”.

Todos los sujetos del grupo tienen esquemas bien aferrados sobre la relación entre hombres y mujeres, justificados por un discurso social dominante muy marcado. Durante las sesiones se conversa mucho de mujeres: de la propia y de todas las otras, porque “son un género aparte”; “son todas iguales”; “cuando no querés que se vaya tu hombre tenés que hacer un mínimo, ¿no?”; “te confunden todas y te enroscan con sus bobadas”; “y sí, muchachos, tenemos todos el mismo modelo” (hablando de sus mujeres).

Entre ellos se enfurecen contra “ellas” y coinciden en casi todo. En esos momentos nadie parece tener conciencia del carácter sexuado de sus palabras y aun menos del de sus actos: “¡Y qué, ella también un día me dio una bofetada y no por eso llamé a la policía!”.

Ese día estamos sólo dos mujeres en el grupo, la terapeuta y yo, pero nuestra presencia real ha sido momentáneamente olvidada y uno de ellos protesta: “¿Por qué no hay nunca mujeres en el grupo, eh?... ¿Por qué?... ¿Dónde están las mujeres?... ¿No podríamos invitarlas ya que tienen tanto que decir?”. La sesión finaliza con una suerte de conclusión: “Mi jefa, mi vieja, mi tía, mi mujer, son todas iguales, me tratan todas de la misma manera: me comen el coco”. Y todos asienten.

Estos hombres dicen mucho a pesar de ellos, de los lugares asignados e inamovibles que ocupan y que explican la complejidad de la violencia entre hombres y mujeres, que se engendra siempre en la conjunción de representaciones rígidas de la diferencia de géneros, en la reproducción de los modelos familiares, en una incapacidad o falta de elaboración y simbolización de los acontecimientos de la vida.

El grupo funciona como una contención para estos hombres: favorece la expresión de los conflictos personales. Las historias de unos resuenan y hacen eco en los otros: “Si fuese el único en el mundo, estaría en un psiquiátrico –dice Anthony–. Al menos sé que no soy el único idiota sobre esta tierra”. Constituyen un grupo de pertenencia desde el cual cada uno va separándose y definiéndose a partir de su propia historia: “Tu historia me hace pensar en la mía, pero cada historia es distinta, ¿no?”, le dice Alex a Anthony. “Sí, parecida, salvo que yo esperé trece años antes de separarme.”

Desde sus lugares rígidos y a pesar de sus palabras recurrentes, estos hombres nos enseñan mucho sobre la complejidad de la violencia entre hombres y mujeres. En esa zona oscura de convergencia de historias de vida, de modelos familiares, de representaciones rígidas sobre la diferencia de sexos y de la incapacidad para elaborar todo esto, allí se dilucida de a poco el surgimiento de la violencia. La palabra va reemplazando paulatinamente los efectos de separación que representan, para estos sujetos, los golpes. Transformar el pasaje al acto en acto de pasaje es el trabajo al cual nos abocamos en cada sesión. Y la palabra se vuelve cada vez más significativa.

El año se termina y mi misión llega a término. Alex deja el grupo porque se va a vivir a otra ciudad: “Hace más de un año que asisto al grupo y hoy me voy... Yo tenía muchos prejuicios, el grupo me daba miedo. No quería hablar de lo sucedido con todo el mundo, pero hoy me siento bien en el grupo, aunque haya cosas de las cuales todavía me da vergüenza hablar... Es bueno poder analizar para no repetir... Lo que pasó es un punto negro en mi currículum, una mancha en mi vida... No quiero reproducir el esquema de mi padre, que es para mí como una ruta trazada de antemano, y hacer daño a la gente que quiero... Viéndonos a todos aquí reunidos, empiezo a decirme que, si bien no es un acto lo que resume al hombre que uno tiene enfrente, incluso si ustedes no me conocieran, yo sé que golpeé a mi mujer, y vuelvo a ver la escena una y otra vez y sé cómo puedo ser a veces, cómo soy en definitiva. Es una mancha en mí, visible y resistente. Aquí pude hablar del problema que me habita: la violencia”.

Esa fue también mi última sesión. Día de despedidas. Una vez más, cuestión de separaciones.

* Licenciada en Lingüística y Psicoanálisis, Universidad de Paul Valéry. Montpellier, France. El texto se publicará este año en el sitio de la Fédération Nationale des Associations et des Centres de Prise en Charge d’Auteurs de Violences Conjugales et Familiaires (Fcanav).

martes, 14 de junio de 2011

Liliana Peroti

Fuente Cronica 14/06/11

Un nuevo caso de violencia de género. Un hombre roció con nafta a su mujer y a su hijo en una casa ubicada en calle 16, entre 75 y 76, de La Plata, con la intención de quemarlos, pero las víctimas aprovecharon un momento de distracción para escaparse.

Todo sucedió en la mañana de ayer, cuando el hombre, en un acto más de violencia familiar, roció con nafta a su mujer, Liliana Peroti, de 45 años, y a su hijo de 19, con intensiones de prenderlos fuego.

En un momento de distracción del atacante ambos lograron escapar rápidamente para que no les pudiera dar alcance. Por otro lado, una vecina que observó la situación dio aviso a la policía, que intervino en forma inmediata.

Según se detalló de fuentes policiales, el padre de familia que se encuentra detenido en la comisaría octava de La Plata había amenazado en reiteradas oportunidades a la mujer con quemarla viva junto a sus hijos.

Este hecho de violencia vuelve a poner en el centro del debate las vicisitudes que sufren las mujeres a expensas de sus parejas o novios, que las golpean ferozmente, las queman y en el caso más extremo las asesinan.

Johana Torelli

Fuente Cronica 14/06/11

Una joven de 18 años fue asesinada a cuchillazos en la localidad bonaerense de Salto y por el crimen fue detenido un carnicero que era pareja de la víctima, quien se cree que asesinó a su novia porque planeaba dejarlo.

Los investigadores identificaron a la víctima como Johana Torelli, de 18 años y con un hijo de dos años, cuyo cadáver fue hallado la madrugada del sábado en el cruce de la calle Chaco y Palmeiro, de esa ciudad del norte bonaerense.

Liliana, la madre de la joven asesinada, dijo hoy en declaraciones periodísticas que el muchacho detenido ya tenía antecedentes de violencia contra su hija y en otras discusiones había dicho que la iba a matar.

Según las fuentes policiales, todo comenzó la noche del viernes cuando Torelli salió de trabajar y se dirigía a su casa.

“Ella salió de trabajar 22.15 del viernes. Cerca de la una de la madrugada me mandó un mensaje al teléfono de mi marido que decía “mami, estas durmiendo?”. Ella nunca mandaba mensajes al celular, a lo sumo me llamaba a mi teléfono, por eso fue muy extraño”, contó esta mañana su madre.

La mujer relató que cerca de las siete de la mañana del domingo llegó la policía a su casa y se enteró que su hija había sido encontrada asesinada “en un callejón”.

“Me llama una compañera de trabajo de ella y me dice ‘Yo no sabía que era tu hija la que encontraron muerta en el callejón°. Fui con mi hijo al lugar y sí, era ella”, dijo la madre de la joven asesinada.

Varios testigos declararon ante la comisaría de Salto y dijeron haber visto que la mujer mantuvo una fuerte discusión con un hombre que había bajado de una moto, y dieron detalles sobre esa moto, similar a la que poseía el novio de la joven.

Con las declaraciones de esos testigos y de los familiares de la víctima, los investigadores policiales allanaron la casa de la pareja de Johana y encontraron dos cuchillos de carnicero manchados con sangre, como así también ropa manchada con sangre.

La Justicia ordenó la detención del hombre, a quien identificaron como Jhonatan Galeano (22), y el secuestro de los cuchillos y de la ropa, la cual será peritada para intentar establecer si la sangre pertenece a la víctima.

Los investigadores creen que el crimen podría estar relacionado a un ataque de celos por parte del detenido, quien tenía celos porque Torelli le había dicho que lo quería dejar.

El hombre detenido será indagado en las próximas horas por un fiscal de turno de Salto, acusado del delito de “homicidio”.

Télam

miércoles, 8 de junio de 2011

Libro: En busca de respeto - Philippe Bourgois






A mediados de los años ochenta, Philippe Bourgois, entonces un joven antropólogo, se instala en East Harlem, uno de los barrios más postergados de Nueva York, y pasa allí casi cinco años, en contacto con los vendedores de crack de origen puertorriqueño. Su objetivo no es estudiar el circuito de la droga, sino indagar la experiencia de segregación racial y pobreza persistente que acosa al gueto latino precisamente en la ciudad más rica del mundo.

El problema que afronta, metodológico y ético a la vez, es cómo acercarse a esos jóvenes que, condenados de antemano al fracaso, sólo en la economía ilegal encuentran un atajo para acceder al sueño americano. Es preciso establecer con ellos lazos de confianza que permitan un acercamiento profundo a sus vidas, costumbres y rutinas. Así, Bourgois amanece en las calles con los protagonistas de este libro, discute con ellos, participa de sus fiestas y reuniones familiares, entrevista a sus parejas, a sus padres, a los políticos locales, y asiste a las reuniones de las instituciones comunitarias.

El autor descubre así que a la veintena de traficantes con los que trata, al igual que a sus familias, no les interesa mucho hablar de las drogas. Más bien quieren hablar de la lucha diaria que libran por sobrevivir con dignidad: relatan sus frustradas experiencias de escolarización, su ingreso en la cultura callejera y en las pandillas, sus accidentados intentos de conseguir trabajo legal, su iniciación sexual y sus modelos de maternidad y paternidad, además de sus ardides para acceder a los planes de asistencia social.

Convertido en un clásico de los estudios etnográficos sobre la marginalidad social, En busca de respeto no sólo es un ensayo sobre la violencia autodestructiva de la calle y la búsqueda cotidiana de respeto, sino también, y sobre todo, una suerte de diario extremo de la investigación misma, un cuaderno de bitácora que muestra los complejos dilemas que debe resolver quien está abocado a explorar el sufrimiento social de esta época.

Ed. Siglo XXI

Buenos Aires

Precio estimado: 79 pesos.


Los cap. 6,7 y 8 retratan la violencia domestica incluyendo temáticas de drogas y alcohol y como impacta las problemáticas sociales y económicas en estos casos. Suma además otro enfoque que discute otras posiciones de análisis sobre la violencia domestica focalizadas en víctima y victimario.

lunes, 6 de junio de 2011

Daniela Natalí Roldán

Fuente Cronica 06/06/11

Una jovencita asesinada y cuatro muertos en un múltiple accidente de tránsito fue el resultado de una serie de hechos que provocó anoche un suicida sobre la ruta nacional 34, a la altura de Herrera, departamento Avellaneda.

De acuerdo con lo que informaron fuentes policiales, minutos después de las 23, por causas que se tratan de establecer, Nicolás Ponce (18 años) asesinó a puñaladas a su pareja, de 16 años, identificada como Daniela Natalí Roldán (16), en la casa donde vivían en la localidad de Herrera.

Tras el crimen, Ponce ascendió a su motocicleta y se dirigió hacia la ruta 34, al parecer, con claras intenciones de suicidarse. De acuerdo con los dichos de testigos, el muchacho habría intentado embestir de frente a vehículos que circulaban en sentido contrario, cuyos conductores habían logrado evitar la colisión.

Sin embargo, el conductor de un automóvil Ford Orion rojo, que circulaba de norte a sur, no pudo evitar colisionar al suicida. El violento impacto habría provocado que el vehículo mayor se desviara hacia el carril contrario, en el mismo momento que se aproximaba en sentido contrario un camión, cargado con Chinchilla. El nuevo choque fue fatal. El Orion, en el que viajaban seis personas que regresaban de participar de la fiesta del Señor de Mailín, quedó totalmente destruido.

En el siniestro murieron en el acto, según lo que informa El Liberal, el conductor del auto, la mujer que viajaba en el asiento del acompañante y una niña de tres años. En tanto, los otros tres ocupantes –dos mujeres y un hombre- resultaron con gravísimas lesiones y fueron trasladados al Hospital Regional. Todos son oriundos de Bandera, departamento Belgrano, a donde regresaban, aunque la Policía de Herrera trataba esta madrugada de identificarlos.

La muerte del motociclista también fue instantánea. En tanto, el camionero, identificado como Gastón Montes de Oca (34), quien viajaba desde Buenos Aires hacia Salta, sufrió un golpe en la frente y estaba fuera de peligro.